CONTRA EL RELATIVISMO

Las doctrinas relativistas no se han limitado a reconstruir intuiciones preexistentes a ellas; han contribuido poderosamente a crear otras nuevas. Por obra del relativismo, muchas gentes se han acostumbrado a pensar, como si fuera la cosa más natural, que ciertos cambios de creencias no pueden llevarse a cabo y hay que desistir de intentarlos, y han olvidado que esto es tan sólo lo que sostiene una doctrina particular. Han incorporado el relativismo a los supuestos de su acción con tanto arraigo que su creencia es implícita y pasa fácilmente inadvertida. Han llegado a creer, además, no ya que uno tiene que retraerse de intentar mudar las creencias de otros, sino también que los otros no deben -y en rigos no pueden tampoco- alterar las de uno. Esto último no es tanto una creencia implícita cuanto una exigencia firmemente arraigada en lo que muchas personas piensan de manera espontánea que debe exigirse. Es interesante mostrar que las involuciones que el relativismo crea son bastante distintas de aquellas de las que quiso dar cuenta. Esto no debería sorprender mucho; así lo hacen a menudo las doctrinas filosóficas. Pero lo más notable del caso es que se trata de intuiciones francamente opuestas en lo fundamental. El relativismo pretendió recoger en conceptos un clima plental de respeto y aprecio por lo diferente y ha acabado propiciando otro de encastillamiento en lo pretendidamente propio. La intuición de que partía es incompatible con la que ha llegado a producir, y mientras la primera era saludable, la segunda es mostrenca y embrutecedora.